Historia de amor entre madre e hijo: amor incondicional

El amor entre una madre y su hijo es verdadero y para siempre

Laura Sánchez, Filóloga
En este artículo
  1. El amor que vence a las dificultades
  2. La historia del amor incondicional de una madre

Se enamoró de aquél bebé en cuanto lo vio. Marisa había luchado tanto tiempo por tener un hijo, primero por quedarse embarazada y luego por conseguir una adopción, que en cuanto colgó el teléfono se recorrió medio mundo para encontrarse con su bebé. Y en cuanto tuvo el bebé en sus brazos comenzó la historia de amor más bonita de su vida.

El amor que vence a las dificultades

Desde el primer momento le dijeron que había un problema con aquél bebé. El bebé había sido abandonado en el orfanato tan pequeño porque estaba enfermo, una de esas enfermedades raras para las que ninguna madre está preparada y totalmente imposible de afrontar para una madre adolescente sin recursos. Pero a Marisa no le importó. Porque era su oportunidad para cumplir su sueño de ser madre.

Más que sueño, era una necesidad. Marisa se había pasado media vida intentando tener un bebé, con tratamientos de fertilidad tan costosos económica y emocionalmente. Decepción, fracaso y agotamiento habían sido los frutos de todos esos tratamientos, mientras varias parejas habían pasado por su vida y se habían alejado incapaces de soportar tanta frustración.

Y Marisa necesita ser madre, porque tiene mucho amor para dar. Así que finalmente se decidió por la adopción, que también era un camino muy tortuoso de plazos, burocracia y espera, pero que podía hacerlo sin necesidad de torturar su organismo una vez más y sin contar con ninguna pareja. No, no le importaba para nada ser madre soltera. Como tampoco le importaba que su bebé estuviera enfermo. Porque ahora ya tenía un bebé en sus brazos.

La historia del amor incondicional de una madre

Poco importa la biología cuando hay sentimientos tan fuertes de por medio. Marisa vio al bebé y supo que iba a quererlo por siempre. Supo que acababa de ser madre y la felicidad fue tan completa como la de cualquier madre. Si el bebé estaba enfermo o no, no interfería para nada en ese lazo indestructible que se acababa de crear entre madre e hijo.

Marisa protegería al bebé, le cuidaría y de rodearía de todo el cariño que necesita cualquier niño. Juntos superarían cualquier adversidad, juntos lucharían para vencer la enfermedad, porque Marisa tenía ahora toda la energía del mundo para volcarla en su bebé. En el bebé y en su bienestar. Y así volvió a Marisa a su mundo, convertida en una feliz madre coraje dispuesta a luchar por la salud de su hijo.

Madre e hijo convivían con la enfermedad, la atajaban cuanto podían y la olvidaban las más de las veces. Porque vivían en una burbuja de amor en la que el bebé paso a ser un niño feliz y más tarde un adolescente también feliz. Una vida feliz venciendo las dificultades gracias al amor incondicional de una madre convencida de su papel.

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