Andres Sardá llenará la Pasarela Cibeles de fantasía y colores oníricos

Josune de la Riva
 Andres sarda
Esta temporada el universo Sardá viaja a un país imaginario, de proporciones fantásticas y colores oníricos. La fantasía y el inconsciente se rinden al invierno 2010-11 de Andrés Sardá como espacios en los que habitan sus fuentes de inspiración. Un universo animado en el que los objetos cobran vida y en el que las prendas hacen realidad el sueño de la lencería. Un paisaje visto por la retina del espíritu de los sueños, aquel que invita a vestir el cuerpo con la belleza de esos delicados trozos de tejido y a mezclar con libertad el día y la noche, lo cotidiano y lo exquisito.

Un mundo de fantasía


La colección realiza un viaje alucinante a través de tres espacios imaginarios, un jardín onírico, un salón de té fantástico y el castillo en el que transcurre una simbólica partida de naipes. La aventura estética invita a recorrer las propuestas de la colección a través de sus diferentes líneas, pensadas para vestir todas las facetas de la mujer contemporánea. Un universo que en el invierno 2010-11 se escribe en clave de sofisticación con el terciopelo, raso, organza, tul de seda y encaje como materiales estrellas y con una paleta de colores emotiva declinada en una gama de cálidos, pasteles y empolvados con el maquillaje y el púrpura como valores protagonistas y otra más fría de azules que van desde el azul noche al canard, además de los piedras, gris fumée y los fundamentales negro y el blanco roto como contrapunto.

Los detalles recorren la propuesta tocando las prendas con su varita mágica; flecos, lazos, líneas anatómicas en copas y espaldas que acarician el cuerpo, tirantes intercambiables que personalizan las piezas para el uso y disfrute de sus dueñas y tul de seda trabajado con nido de abeja para las piezas más minimalistas determinan la personalidad de las propuestas. Un universo imaginativo construido desde la investigación técnica y anatómica que no teme a la creación artística y se adentra en el mundo de las flores pintadas a mano sobre las piezas de organza con el trabajo de la artista Marcela Gutiérrez.

Las siluetas dibujan una feminidad contemporánea que alterna el espíritu vintage con un toque afrancesado con el aire new dandy con ciertos destellos de excentricidad.

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