Historia de amor posesivo: historia de una obsesión

Laura Sánchez, Filóloga

La veía cada tarde tomando el café, sola, con la mirada ausente, como distraída, pero satisfecha. Para nada triste. Parecía una mujer a gusto consigo misma, tranquila, sin grandes necesidades, sin problemas, sosegada. Así que Pablo se propuso acercarse a ella, conocerla, conquistarla con su ingenio. Poco sospechaba Pablo que se iba a adentrar en una historia de amor obsesivo.

Un amor posesivo

Andrea se dejó conquistar sin dificultad, pero su apariencia distaba mucho de la realidad. Claro que el enamoramiento es ciego y Pablo se enamoró de verdad. Pablo no veía ningún inconveniente en aquella mujer de rizos interminables, sonrisa imperturbable y mirada cautivadora. No se sabe muy bien quién conquistó a quién. El caso es que se embarcaron en una relación de pareja con todas las consecuencias.

Los amigos de Pablo estaban encantados con aquella mujer que le había devuelto la ilusión y la sonrisa después de varios fracasos sentimentales importantes. Y tampoco veían nada extraño en el comportamiento tan cariñoso de Andrea. Andrea, que siempre estaba besando a Pablo, rozándole, tocándole, abrazándole. No había nada extraño en esas demostraciones de amor.

Pero esas carantoñas escondían algo más. No era demostración de afecto, o amor, o pasión. Eran la manifestación de una necesidad de posesión, de una obsesión por estar tocando algo que le pertenecía, por asegurase de que Pablo seguía a su lado, seguía siendo suyo. De nadie más. La verdad es que al principio de una relación, toda caricia es poca, toda atención es poca, todo interés es insuficiente para calmar esa ansiedad del enamoramiento inicial.

Amor obsesivo

Fue unos meses más tarde, cuando todo tu mundo deja de ser tu pareja. Cuando el aire empieza a fluir un poco entre los dos, cuando empiezas a necesitar recuperarte de tanta entrega, cuando te apetece recuperar tu individualidad, fue entonces cuando Pablo se dio cuenta que estaba atrapado en una red obsesiva.

Porque Andrea le buscaba constantemente, le esperaba a la salida del trabajo, cenaban juntos, dormían juntos. Si Pablo quería ir al gimnasio, Andrea le acompañaba, si Pablo quería ver el fútbol con sus amigos, Andrea le acompañaba, si Pablo visitaba a su familia el domingo, Andrea le acompañaba. Se volvieron inseparables y Pablo empezó a mostrar síntomas de asfixia.

Y es que Andrea no permitía que Pablo se separase un segundo. Procuraba que no tomara decisiones; ya estaba ella para tomarlas por los dos. Era ella la que elegía el almuerzo, las películas, los libros y hasta la ropa. Ella la que organizaba los planes y confirmaba o rechazaba los eventos. Pero los síntomas de asfixia eran cada vez más intensos. Y Pablo salió a respirar.

 

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