Cómo ganar la batalla a la violencia doméstica

¡STOP violencia de género!

Saúl C. Montaño Quintanilla
La violencia puede ser una manifestación socio sicológica de un estado de ánimo coyuntural o una muestra de la incapacidad de algunos humanos para enfrentar y resolver los múltiples conflictos que se nos presentan en la vida.

A los violentos se les condena socialmente pero se les tolera. En no pocos casos hasta se les considera víctimas de sus propios instintos.

La herencia cultural violenta


No niego la dosis de herencia cultural que puede tener este fenómeno, de hecho más de una vez hemos reconocido que es como una serpiente que se muerde la cola creando un círculo vicioso difícil de romper, pero no es este un argumento que deba exonerar de culpa a quienes en realidad son victimarios, incluso de ellos mismos.

La persona que tiene un problema de violencia -con maltratos continuados a su familia o compañeros- y no busca ayuda, merece que toda la presión social de la comunidad caiga sobre él hasta que se consiga controlar o extirpar el mal.

Violencia doméstica

Pero si hay un espacio profundamente doloroso donde cada día la violencia cobra -y silencia-miles y miles de víctimas en el mundo, es en el hogar, particularmente entre las mujeres, niños y ancianos.

Una de las interpretaciones sociológicas de este asunto es que la violencia doméstica es una expresión -otra- de la injusta organización patriarcal asumida por la sociedad desde hace siglos que en su reflejo hacia el interior de la familia, reservó a las mujeres la cocina y la alcoba, mientras para el hombre quedaba el podio y el látigo.

La violencia ha sido entonces una manera de ejercer el derecho de gobernabilidad del hombre sobre la sociedad, incluida la familia, espacio que en no pocos países ha quedado en un limbo legal que multiplica la invisibilidad de la violencia doméstica haciéndola más cruel por el desamparo y también porque las victimas se sienten, además, culpables de provocar el incidente que desata la violencia.

No es este un asunto fácil de resolver, muchos son los estudiosos del tema y las instituciones que han apostado a evaluar proyectos que ayuden en el abordaje social de la violencia. Otros tantos se han empeñado en crear espacios que sirvan de refugio a las víctimas que finalmente se deciden a pedir ayuda. Pero ambos grupos tienen la certeza de que son muchos más los casos silenciados por los tabúes y el terror, así como que es en la educación donde se gana la batalla.

La violencia sólo engendra violencia, a ella debe oponerse la inteligencia, firme y persuasiva, pero inteligencia al fin; la misma que nos ayuda a las madres a buscar soluciones cuando nuestros hijos no aprenden, por ejemplo, los colores, números o letras y apelamos a nuestro inagotable arsenal de paciencia y creatividad hasta conseguirlo.

Hijos e hijas y las conductas violentas


No permita que tus hijos e hijas incorporen conductas que mañana puedan traducirse en signos de violencia, particularmente los varones, donde el riesgo es potencialmente mayor pues usualmente se les educa para rivalizar.

No transmita patrones que asocien virilidad con poder. No es más macho quien más fuerte pega, sino aquel que desde pequeño aprende que no es a golpe de puños como se despeja el camino de la vida.

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