Hacer huelga o no

Anita del Valle

Estaba en el tren del camino al curro -Twitter en mano, Whatsapp en la otra- cuando una mujer se puso a hablar con voz estridente y demasiado alta. Se disponía a pedir dinero. Automáticamente, pude comprobar lo que mi imaginación adelantó nada más escucharle: bajada generalizada de miradas, subida de volumen del Iphone y caras de molestia. Además, pintaba que el discurso iba a ser largo. Lo que menos apetece un duro martes de trabajo a las ocho de la mañana.

La mujer alargó demasiado la presentación. Como ella misma se apresuró a reconocer, iba bien vestida y maquillada. Y lo que en principio prometía ser una pérdida de tiempo para ella y un fastidio para el resto se convirtió en un momento de generosidad, comprensión y empatía: la mujer se identificó de pies a cabeza. Dio su nombre y apellidos, su número de teléfono, su antigua vivienda, el número que acredita su diplomatura en Magisterio... Sí, era una profesora interina que fue despedida y ahora se encuentra en la calle. Madre de dos niños, acaba de ser desahuciada.

Su historia empezaba a conmover a los viajeros. Pero el punto de inflexión se produjo cuando la mujer pasó de tener los ojos rojos inundados en lágrimas a explotar en un trágico llanto. Sentía dolor, impotencia y vergüenza por haber llegado a esta situación. Una situación en la que muchos de los allí sentados por un momento se vieron reflejados, y es que nadie está a salvo. Las expresiones de la cara cambiaron, y los monederos se abrieron. Lo cierto es que el silencio fue sobrecogedor.

Yo fui uno de ellos. Aquel momento, el cual no es más que un solo ejemplo de los millones de casos dramáticos que existen ahora mismo en España, me hizo pensar en algo que ya había pensado un millón de veces, pero quizá con más sensibilidad que otras veces. Pensé en los casi seis millones de personas que quieren trabajar (= comer) y no les dejan; en las condiciones míseras que muchos de los que tienen 'la suerte' de trabajar están tragando para simplemente llevarse algo a la boca; en la minoría que se sigue enriqueciendo a base del empobrecimiento de la mayoría; en los bancos que estamos rescatando y que acumulan pisos vacíos mientras hay gente que se suicida por quedarse sin casa y tener que seguir pagándola (¿?)... Y claro, me cabreé.

"Chicas, mañana hay que hacer huelga", solté sin darme tiempo a sentarme para la hora del cafecito. Exactamente lo mismo que tardó Mari Pili en soltar la típica respuesta: "¡Si no va a servir de nada!". A lo que Rosa despertó indignada: "¿Ya estamos? Si todos decimos lo mismo y nadie vamos, claro que nunca servirá de nada. Es nuestra única forma de manifestar nuestro rechazo a todo lo que está pasando..." Sólo una frase me costó generar un debate que duró lo que duró el cafecito: exactamente una hora. ¿Y a qué conclusión llegamos después de diferentes puntos de vista, algún pique que otro y un fuerte dolor de cabeza? Pues, igual que los políticos, cada una a la suya.

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