Historia de amor de ricos: entre el deber y el querer

Laura Sánchez, Filóloga

Carlota y Matías estaban destinados a estar juntos desde su nacimiento. Sus padres tenían tantos negocios juntos que si las dos familias se unían conseguirían todo un imperio económico. Y sus madres se afanaban en promover la amistad de sus niños desde que eran pequeños. Nada podía fallar para que ese proyecto de los progenitores se convirtiera en una próspera y rentable historia de amor.

Amor por la libertad

Efectivamente, Carlota y Matías estaban muy unidos, más que nada porque vivían en una especie de aislamiento donde todo giraba alrededor de sus dos familias adineradas. Todo aquel que viniera de fuera era mirado con recelo, así que desde pequeños se hicieron inseparables apoyándose el uno al otro para combatir al mundo exterior.

Los planes de emparejar a sus hijos parecían firmes y seguros, pero la adolescencia provocó una guerra entre la rentabilidad y la rebeldía. Mientras Matías seguía al pie de la letra los dictados paternos, Carlota daba muestras de inquietud y de propósitos de salir del redil a descubrir el mundo. La presión familiar consiguió que Carlota se tranquilizara y se matriculara en la Universidad en Derecho, de la mano de Matías.

Pero Carlota solo aguantó ese primer curso de Derecho y luego decidió caminar sola, volar libre. Su viaje en solitario a recorrer Europa lo consideraron en casa un capricho que había que concederle para que no se sintiera tan atada. Pero a Carlota le gustó volar, le gustó viajar, sin dar cuentas a nadie, y más cuando las cuentas estaban pagadas. Así se pasó un año Carlota, recorriendo países, conociendo gente, renegando de su familia, de sus modales, de su status, de su destino.

Amor por el dinero

Y después de un año Carlota volvió. Se matriculó en Bellas Artes, porque eso era lo que quería ser, una artista. Y a la vez que abandonaba la carreta de Derecho, abandonó también a Matías, diciéndole a las claras que su forma de vida encorsetada y capitalista era incompatible con una mujer como ella, tan progresista, tan libre, tan tolerante.

Los padres de Carlota no soportaron la vergüenza social de ese compromiso roto y le concedieron lo que pedía. La dejaron libre, la dejaron hacer, la dejaron encontrarse y desarrollarse, sin reproches, sin objeciones. Pero también sin dinero. Fue por eso que las ambiciones artísticas de Carlota duraron lo que duró su dinero en la cuenta corriente. La vida real era demasiado dura para una chica de buena familia, que no terminaba de creerse cómo sus obras no se vendían y, cuando se vendían, no llegaban ni para pagar el alquiler.

Carlota descubrió que sus necesidades eran más fuertes que sus ganas de ser diferente. Así que volvió al redil. Envolvió todos sus recuerdos de aquellos dos años en los que fue libre y los guardó bajo llave para que nadie pudiera estropearlos. Aquellos recuerdos serían solo suyos. Y se dispuso a convertirse en lo que todos esperaban de ella. Así es como hoy en día la podemos ver como la radiante y sonriente esposa de Matías.

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