Historia de amor en la madurez: nunca es tarde para el amor

Laura Sánchez, Filóloga

Julia se había quedado viuda dos años antes y hasta ese momento en el autobús, de camino hacia unas vacaciones en un pueblo costero, no se había planteado nada. Absolutamente nada. No se le había ocurrido la posibilidad de rehacer su vida porque nunca había tenido una vida propia, mucho menos iba a plantearse tener una historia de amor. Esposa y madre abnegada que renuncia a su vida para cumplir un papel bastante triste. Siempre en un segundo plano, siempre acatando los deseos de su marido, siempre pendiente de su familia. Y ella desaparecida.

Nunca es tarde para empezar a vivir

Fue su hija la que unos meses antes la había inscrito en una clase de cerámica, luego en otra de baile y más tarde en una de informática. Tenía que estar activa, le decía su hija. Tenía que conocer gente y empezar a vivir. Eso su hija, porque sus dos hijos pensaban que ya era tarde, que ya era mayor para tener una vida. Y un buen día, sin avisar, sin preguntar siquiera, su hija se había presentado con un viaje a la costa. Iría sola, pero el viaje estaba organizado para gente de su edad, así que no tendría problemas en hacer amigos. ¿De acuerdo? De acuerdo.

La verdad es que Julia no sabía muy bien cómo era eso de hacer amigos, ni siquiera sabía cómo era eso de tener vacaciones. Así que al principio se sintió desubicada en aquél autobús lleno de gente de su edad que se veían acostumbrados a aquellas vacaciones en la costa. Y fue toda esa gente experimentada la que hizo que Julia empezara a sentirse a gusto desde el primer día en el hotel.

Fiestas, cenas, bailes y hasta alguna copa, que nunca antes había tomado. También playa, paseos, meriendas, excursiones y espectáculos. Aquello era increíble y Julia estaba disfrutando como nunca. Todas las noches llamaba a su hija entusiasmada contándole las novedades del día. Quién se lo iba a decir. A los pocos días, Julia se sorprendía con una sonrisa desconocida para ella. Y la sonrisa no desaparecía. La sonrisa se le hizo aún más amplia cuando en un paseo por la playa conoció a Alfonso.

Nunca es tarde para el amor

Alfonso ya tenía fichada a Julia de los bailes en el hotel, pero no había encontrado el momento de presentarse. El día que la vio caminando por la playa, se lanzó, se presentó y galantemente le preguntó si podía acompañarla. Julia, que no estaba acostumbrada a que la dejaran decidir, decidió probar y decir "no". Prefería caminar sola esta vez, pero podían quedar para comer juntos. ¿Se hacía así? Así muy bien.

Así que Julia siguió dando su paseo por la playa a solas con sus pensamientos, acostumbrándose a su nueva actitud y controlando ese cosquilleo que se le había instalado en el estómago. Ya de vuelta en el hotel, se preparó para ir a comer, estudiando el resultado final como una quinceañera. Y bajó al comedor. Y allí vio a Alfonso esperándola con una mirada fascinada.

La charla resultó de lo más interesante. Julia no se creía que pudiera actuar con tanta naturalidad. Sería el mar. Y allí estaba ella compartiendo mesa con un desconocido que estaba dejando de serlo. Y luego de la mesa, fueron a dar un paseo por la playa, esta vez juntos. No se separaron después del paseo, siguieron juntos, hablando, riéndose. La tarde pasó volando y la noche... ¿los separaría la noche? Aquella noche, Julia ni siquiera llamó a su hija.

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