Historia de amor de verano: Una mirada al pasado
- El último verano
- Una noche de pasión
Hacía casi seis años que Marta no pisaba Miramar. Concretamente desde que falleció su abuela. Miramar era un precioso pueblo de Valencia en el que los abuelos de Marta habían comprado una pequeña casita de veraneo hace más de treinta años. Su ilusión era que sus hijos y sus nietos pudieran ir y disfrutar de la playa durante las vacaciones. Y desde luego que lo hicieron. Desde que era muy pequeña Marta pasó todos sus veranos allí. Adoraba esos días en la costa con su familia: esquivar olas en el mar, tomar el sol, jugar a las cartas con sus abuelos por las tardes y las quedadas para tomar un helado con todos los amigos con los que, poco a poco, había ido tejiendo lazos muy fuertes. Para Marta, Miramar era su lugar favorito en el mundo, su alegría más extrema.
Pero, desgraciadamente, desde que su abuela cayó enferma todo cambió. A sus padres y a sus tíos cada vez se les hacía más difícil poder ir y cuando iban nada era igual. Marta perdió el contacto con sus amigos y de repente Miramar se transformó en un sitio triste, frío y sin encanto.
Y ahora, tantísimo tiempo después, allí estaba de nuevo, otra vez, dispuesta a revivir años y años de felicidad absoluta. Su madre y su tío habían decidido que lo mejor era vender la casa, ya que no se aprovechaba lo suficiente y ocasionaba muchos gastos. Cuando Marta se enteró, le dio un vuelco al corazón. ¿Cómo iban a vender la casa en la que se habían vivido tantos buenos momentos? Pero la decisión estaba tomada, lo único que le quedaba era pasar un último verano allí.
El último verano
En cuanto llegó, el olor a mar y la brisa le trajeron a la mente millones de recuerdos. Todo estaba intacto. Sintió como si el reloj se hubiera parado todo este tiempo. La casa de sus abuelos permanecía tal y como la recordaba. Empezó a dar una vuelta por las habitaciones ensimismada en un cóctel de emociones, cuando de repente llamaron a la puerta. “Hola Marta, ¿eres tú?”, dijo una voz masculina. Marta no se lo podía creer: era Álvaro, su mejor amigo en Miramar desde la infancia, su primer amor, su primer beso. Álvaro, ese chico con el que había vivido tantas cosas, ese chico del que había estado enamorada tantos años.
Estaba tan guapo… Mucho más alto que antaño, más fuerte, con un verde más intenso en sus ojos… Abrió la puerta y enseguida se abalanzó sobre ella para darla un abrazo. “¡Cuánto tiempo! He pasado por aquí y he visto que había alguien en la casa. Llevaba tanto tiempo vacía… ¿Qué haces aquí? Ya pensaba que no te iba a ver nunca más”, la dijo con una sonrisa de oreja a oreja y Marta rápido le puso al día. Se sumergieron en una conversación en la que rápidamente se hizo palpable la atracción entre ambos. Por muchos años que hubieran pasado, seguían teniendo la misma complicidad, la misma química, el mismo brillo en los ojos, el mismo deseo el uno por el otro. “¿Te apetece que quedemos esta noche y rememoramos viejos tiempos?”, le propuso Álvaro. “¡Claro!”, aceptó entusiasmada ella.
Una noche de pasión
Álvaro y Marta quedaron en el paseo marítimo. Álvaro había reservado mesa en un romántico restaurante con vistas al mar. Marta estaba muy nerviosa, pero en cuanto vio a Álvaro se tranquilizó. Siempre había tenido ese poder sobre ella. La velada fue mágica y las horas juntos pasaban volando. Al terminar, se tomaron un helado en la heladería que tanto le gustaba a Marta de pequeña y después Álvaro la acompañó a casa. Realmente Marta no quería irse, en ese momento lo único que quería era quedarse allí al lado de Álvaro. Toda la vida.
Al llegar a casa, Álvaro se acercó a Marta. “Te has manchado de helado,” le dijo señalándola la comisura de los labios. Antes de que a Marta la diera tiempo a limpiarse, Álvaro se aproximó más aún a ella y la besó. Un beso dulce, lento, apasionado. A Marta la temblaban las piernas. Abrió como pudo la puerta de casa e invitó a Álvaro a pasar. La pasión y el éxtasis crecían por momentos, ella contra la pared, éll pegado a su cuello. Las caricias empezando a sucederse: primero el pecho, luego la entrepierna, así hasta poseerse, el uno al otro. Él dentro de ella, ella encima de él.
Allí estaban los dos. Dos cuerpos desnudos reviviendo el pasado, rememorando el presente, despidiéndose del futuro. Una noche que pedía a gritos no acabar nunca. “No te vayas”, le pidió. “Me quedaré”, contestó ella.
Pero ambos sabían que eso no podía ser. Lo que estaban viviendo era un sueño, el sueño del último verano juntos, ese adiós que no habían podido tener y que ambos se merecían. A la semana siguiente Marta se marchó, un mes después la casa de Miramar fue vendida y sus vidas transcurrieron por caminos diferentes.
Se separaron con la nostalgia de lo que se acaba mezclado con el placer de haberlo podido vivir. Esas fueron las últimas vacaciones que Marta pasó en Miramar, las mejores de su vida, las que siempre permanecerán en su recuerdo, porque los verdaderos amores de verano nunca se olvidan.
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