Historia de amor irreal: el amor soñado

Laura Sánchez, Filóloga

Los días pasaban lentos, todo sucedía como a cámara lenta, despacio, más despacio. Porque Lucía lo único que esperaba era que llegara la noche. Meterse en la cama, dormirse y dar rienda suelta a la mejor historia de amor jamás contada. Lucía amaba en sueños, pero su amor era tan real que por la mañana, al despertar, aparecían las huellas de tanto amor.

Amar en sueños

La mayoría de las personas se meten en la cama dispuestas a dormir y obtener el descanso necesario para afrontar un nuevo día. Para la mayoría de las personas, dormir es una puesta a punto para el día siguiente. Pero no para Lucía, que vivía a contracorriente. Para Lucía, el día era una especie de preparación para el momento en que empezaba a vivir. Un letargo diurno del que iba despertando según se iba acercando la noche.

Porque era en sus sueños cuando Lucía se despertaba, cuando era capaz de sentir, de ser consciente de sus emociones, de llorar, pero sobre todo de reír y de amar. Era en sus sueños cuando Lucía tenía su vida, la vida que quería y también era en sus sueños donde encontraba a su amor. El amor de su vida, el hombre de su vida, entraba en la vida de Lucía en cuanto cerraba los ojos y se abandonaba al sueño.

Aquél hombre era su amor, era un auténtico sueño. Podía tocarlo, sentir la suavidad de su piel, oler su aroma embriagador. Y a eso se dedicaba Lucía por las noches, a disfrutar de placeres hasta entonces desconocidos con un sueño de hombre. Y él la acariciaba, la besaba y la abrazaba más y más fuerte hasta que el amanecer los separaba. Porque él desaparecía con las primeras luces del alba, siempre después de darle un beso y dejarle una flor bajo la almohada.

Sueños de amor

Cuando Lucía despertaba, se encontraba la flor como prueba de que sus sueños eran también realidad. La flor, las sábanas desechas y el olor de su cuerpo delataban que sus noches eran algo más que sueños. Pero durante el día, su amor desparecía sin dejar rastro. Por eso durante el día, Lucía no encontraba el sentido.

Cada noche, con cada sueño, Lucía y su amor, no solo se amaban, también compartían risas y confidencias, se hacían promesas y se volvían a amar. La magia de su amor hacía que pudieran pasar en un instante de perderse en un bosque jugando con las hojas caídas del otoño a nadar desnudos en un mar en calma y tan azul como el cielo, en el que se encontraban al segundo siguiente.

Así pasaba sus noches Lucía. Peor era al despertar. Hasta que un día, su amor le dejó un regalo inesperado, para que Lucía pudiera llenar también sus días, para que pasara sus días colmada de amor. Un día Lucía descubrió que estaba esperando un bebé. Un bebé que era fruto de su mejor sueño.

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