Historia de amor de verano: ¿Destino o casualidad?

Tamara Sánchez, Periodista
En este artículo
  1. Despedida de soltera en Ibiza
  2. Destino o casualidad

Historia de amor de verano

Sonia, la mejor amiga de Ana, se casaba en un mes. Todo el grupo de amigas había decidido darle una sorpresa celebrando su despedida de soltera en alguna isla, un lugar perfecto: solecito, playas de infarto y, sobre todo, mucha fiesta.

Ana lo había preparado todo con muchísima ilusión, al fin y al cabo Sonia había sido su gran amiga desde la infancia y ahora iba a vivir uno de los momentos más importantes de su vida. Tenía que estar a su lado apoyándola y celebrando sus alegrías, como siempre. Sin embargo, en su interior, Ana estaba triste y sin demasiadas ganas de ir a la maravillosa isla: era la única del grupo que no tenía novio. Todas las demás tenían pareja, se habían casado recientemente o lo iban a hacer en breves. A Ana nunca se le había dado bien eso del amor y todos los chicos con los que había estado la salían rana o desaparecían a los pocos meses.

Veía a todas sus amigas enamoradas y felices y, para que engañarnos, se moría de la envidia. ¿Cuándo podría encontrar ella a ese hombre que la quitara el aliento?

Despedida de soltera en Ibiza

El vuelo a Ibiza salía a primera hora de la mañana. Las chicas se presentaron en casa de Sonia muy temprano, la taparon los ojos con un pañuelo y la llevaron a ciegas hasta el aeropuerto. Cuando Sonia descubrió donde estaban no se lo podía creer. “¿De verdad nos vamos? ¡Sois las mejores del mundo!”, dijo emocionada mientras abrazaba a sus amigas. Pasaron el control de policía, embarcaron y se sentaron en los asientos que les correspondían a cada una.

Ana estaba muy nerviosa, siempre había tenido pánico a volar, aunque prefirió callárselo para no alarmar a nadie. Una vez que el avión despegó empezó a marearse. En seguida un azafato se acercó hacia ella. “¿Está bien señorita?”, la preguntó con dulzura. Era un hombre guapísimo: alto, delgado, moreno, ojos claros y con la típica planta que tienen los auxiliares de vuelo.

Ana se quedó absolutamente muda al verle y no pudo ni contestar. Él enseguida le trajo un abanico y una botella de agua fría. “Con esto seguro que se te pasa. Si te encuentras mal, llámame, vendré en seguida”, dijo sin despegar sus ojos de ella. El resto del vuelo transcurrió con normalidad, Ana consiguió calmarse, pero ¿cómo no iba a hacerlo teniendo esos ojazos delante? Pablo, así se llamaba el azafato, estuvo pendiente de ella durante todo el viaje.

Cuando aterrizaron, Ana, Sonia y sus amigas se dirigieron al hotel a descansar un rato. El primer día en Ibiza fue tranquilo. Un poco de playa por la tarde y unas copas en un chillout por la noche. “¿Qué te pasa Ana? ¡Estás en las nubes!”, dijo Sonia. Ana no podía quitarse de la cabeza a Pablo. ¿Por qué? Si tan solo habían tenido un contacto de cinco minutos. ¿Habría sido un flechazo? ¡Imposible! ¿Cómo iba a creer ella en los flechazos si las cosas en el terreno amoroso nunca la salían bien? Además, qué más daba, si nunca más le iba a volver a ver…

Destino o casualidad

A la mañana siguiente, las chicas bajaron a desayunar al bufet del hotel. En mitad de un café con leche, alguien toco el hombro de Ana. “ ¡Hola! ¿Tú eres la chica que se mareó ayer en el avión, verdad?”, exclamó una voz grave. ¿Pablooooo? ¡No podía ser! “¿Qué haces aquí?”, dijo ella alucinada. “Me alojo un par de días en este hotel, después vuelo de vuelta a Madrid”, dijo él. A Ana no la salían ni las palabras. ¡Qué casualidad! No se podía creer que tuviera delante otra vez a ese hombre que la cortaba la respiración. Charlaron un buen rato. Se enteró de que estaba casado, pero con trámites para divorciarse. Su mujer no había aguantado que viajara tanto y le había engañado con otro. Por lo que se veía, a Pablo el amor tampoco le sonreía. Ana se sentía muy cómoda e identificada hablando con él, parecían hechos el uno para el otro.

A la mañana siguiente volvieron a verse en el desayuno. “¿Te apetece dar una vuelta? Mi vuelo sale en tres horas”, propuso él. Ana no se pudo negar, en el fondo estaba deseando poder estar con él a solas. Fueron hasta una preciosa cala al norte de la isla y se sentaron frente al mar.

“Quería traerte aquí antes de irme. Vengo cada vez que me siento solo. Esta playa me transmite mucha paz y tranquilidad”, dijo Pablo con una mirada triste. “Ahora no estás solo”, contestó Ana acariciando su mano. Él se acercó a ella con timidez y la besó. Ninguno de los dos pudo refrenar las ganas. Se gustaban mucho y aunque tan solo eran dos desconocidos, parecía que llevaban toda una vida juntos.

El momento fue mágico, pero después Pablo se fue. No se pidieron ni los teléfonos. Ninguno de los dos creía lo suficiente en el amor como para pensar que lo suyo había sido algo más que un beso. Pero, cuando dos personas están destinadas a estar juntas tarde o temprano vuelven a encontrarse, y eso pasó. Ninguno de los dos lo sabía, pero Pablo y Ana vivían en el mismo barrio. Otra vez el destino volvía a hacer de las suyas y volvieron a verse, cientos de veces más. Después de ese primer beso, vinieron otros muchos: caricias, abrazos, pasión, complicidad, cariño y AMOR en mayúsculas.

Ahora, después de cinco años de ese primer encuentro en un avión, Ana va a casarse con Pablo y todas sus amigas han preparado su despedida de soltera en Ibiza.

Quizá fue destino, Tal vez fue casualidad, Pero, de alguna manera, Pablo y Ana habían nacido para estar juntos, Para siempre.

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