Dolor de espalda por el cambio de tiempo

Marta Valle

Cuando tratamos de identificar las causas que generan los dolores de espalda, una de las teorías más comunes es la que vincula los cambios meteorológicos con todo tipo de dolencias musculares. Aunque existe mucho debate al respecto y no se ha alcanzado, desde el punto de visto científico, un criterio homogéneo y unitario, lo cierto es que muchas publicaciones médicas han publicado estudios que refieren síntomas que empeoran cuando también lo hace la climatología. Los dolores musculares, las molestias en la espalda o la artritis, según estas opiniones, pueden llegar a agravarse en situaciones con cambios muy bruscos relacionados con la humedad y el frío.

Cómo influyen los cambios meteorológicos en los dolores de la espalda

Muchas teorías apuntan a que la aparición o el empeoramiento de los dolores de espalda debido a los cambios de tiempo pueden tener su explicación en las variaciones de la presión atmosférica. En el interior de las articulaciones y los músculos no existe ninguna clase de presión de esta clase, de modo que se facilita el hecho de que los huesos se mantengan unidos. Un descenso de este factor podría causar un efecto de succión en la zona que podría provocar alteraciones musculares como inflamaciones.

Tanto la piel como los músculos superficiales son susceptibles de captar un descenso brusco en las temperaturas a través de las terminaciones nerviosas. La reacción del cuerpo ante estos cambios suele materializarse a través de constantes espasmos musculares, lo que puede llevar a una situación de bastante dolor cuando la propia zona afectada padece una tensión manifiesta y elevada. Áreas como las cervicales, que tienden a estar más expuestas a las alteraciones climatológicas, son las más proclives a sufrir dolencias de esta índole.

Otra teoría al respecto incide en el hecho de que cuando nuestro cerebro capta a través de los ojos un descenso de las temperaturas, éste manda la información tanto al sistema nervioso central como al sistema límbico. Estas dos partes de nuestro organismo son las encargadas -entre otras funciones- de gestionar las respuestas físicas ante las alteraciones emocionales. Por lo que, si tendemos a relacionar el mal tiempo, el viento, la nieve o la lluvia con una sensación de malestar, es posible que nuestro cuerpo se vuelva más sensible a estas situaciones.

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