Hay vida tras la depresión postparto

Mónica Pérez saca una magistral lección de vida de este episodio

Lidia Nieto
En este artículo
  1. Los orígenes de mi depresión postparto
  2. La ayuda psicológica, mi mejor aliada para combatir la depresión postparto

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El nacimiento de un bebé es un momento que toda mujer espera con mucha alegría, pero que en algunos casos se puede convertir en una pesadilla con nombre y apellido: depresión postparto. Así al menos lo vivió nuestra protagonista, Mónica Pérez, que a pesar de tener la experiencia de un primer hijo, la llegada del segundo supuso para ella un momento de crisis interna. 

"Mi primera hija, ahora de seis años, me cambió la vida. Yo siempre digo que me hizo ser mejor persona al descubrirme que los sentimientos son más importantes que las cosas materiales y, al revelarme, que mi corazón aún guardaba un hueco para alguien más. Hasta entonces yo pensé que con mi madre, mi marido, mis sobrinos, mis amigas e, incluso conmigo misma, había descubierto el verdadero sentido del amor, pero estaba equivocada: Clara, así se llama mi hija mayor, me mostró que tenía mucho más amor para dar, y no solo eso, ella descolocó mi lista de prioridades: ya no era yo lo más importante y ese amor que la daba sin recibir nada a cambio llenaba cada segundo de mi existencia. 

Al enterarme de que estaba embarazada de mi segunda hija, pensé que esa felicidad máxima que sentía se iba a multiplicar por dos o por tres. A diferencia de otras madres que creen que no van a querer a su segundo hijo igual que al primero, yo lo tenía claro. Mi embarazo transcurrió con las típicas molestias de este periodo: vómitos hasta el tercer o cuarto mes, un poco de ciática, pérdida de agilidad, cansancio contínuo... pero nada importaba porque mi segunda hiija iba a llegar para poner la guinda a mi vida: tenía una bonita casa, un trabajo que me hacía sentirme realizada, un marido que me amaba y una primera hija que me había descubierto lo que era la verdadera felicidad. 

Los orígenes de mi depresión postparto

María vino al mundo un soleado día de primavera en un parto sin apenas dolor ni sufrimiento para ninguna. ¡Era perfecta: regordita, rubia y muy blanquita! Los primeros días en el hospital estuvieron marcados por una "relativa tranquilidad". Nos teníamos que adaptar la una a la otra y teníamos, también, que ajustar esta situación con los otros dos actores principales de nuestra vida: su hermana y su padre. Yo decidí, por comodidad para todos y porque quería dar el pecho, practicar el colecho, desterrando a su padre a otra habitación para que pudiera descansar más.

¡Primer error! Asumí yo toda la responsabililidad de la niña, pasando noches buenas donde se despertaba, mamaba y nos acurrucábamos juntas, hasta aquellas en la que me pasaba dos horas para dormirla sin éxito alguno. Todo en medio de la noche, cuando el sentimiento de soledad se agudizaba y cuando los minutos parecían horas y las horas días...

¡Segundo error! Me centré tanto en María que abandoné a Clara casi por completo. En sus hasta entonces cuatro años, yo había sido su referente, su guía, su amiga, su compañera de juegos, su apoyo y, de un día para otro, ¡desaparecí de su radar! Ella sufrió mucho y yo empecé a sentirme mal por no poder estar a su lado, ¡era la primera vez que la fallaba! Y así fue cómo la angustia y el miedo se instalaron en interior, las lágrimas se convirtieron en una constante durante mis días, la falta de apetito me provocaba un rechazo constante a la comida que con tanto cariño me preparan mis familiares y el cansancio se iba acumulando y aculumando. ¡No era feliz! De repente, no quería a esa niña... ¿Qué había pasado en mí? No lo sabía bien, pero solo pensaba en por qué me quedé de nuevo embarazada, yo estaba bien con mi vida anterior pero ahora... no  había marcha atrás y yo estaba sumida en un laberinto sin salida...

La ayuda psicológica, mi mejor aliada para combatir la depresión postparto

Mi vida tras la depresión post partoLlorando y con mi niña en una mochila de porteo, me presenté en mi médico de cabecera. No sé muy bien por qué iba, pero no podía continuar así. Descartamos que se tratase de un problema de tiroides y me confirmó lo que yo ya había empezado a buscar en internet: tenía depresión postparto, algo que es más común de lo que muchas mujeres creen pero que pocas, por miedo imagino al que dirán o a sentirse señaladas, no confiesan. Me recomendó medicación y, aunque yo me negué en un principio porque quería seguir dando el pecho, mi doctora lo consultó con la matrona y la pediatra de mi centro de salud y me recetó unas pastillas compatibles con la lactancia. 

La medicación tardó semanas en hacer efecto y yo seguía igual: llorando, sin ganas de nada y mirando a esa niña casi con desgana... ¡me sentía que estaba en una cárcel a la que había sido enviada con sentencia de cadena perpetua! Me puse en contacto con otras madres que habían pasado por lo mismo: ¡yo no era la única! ¡no era un bicho raro! Pero quizás lo que personalmente más me ayudó fue recurrir a la ayuda psicológica. Anteriormente por un tema familiar, pasé por un episodio de ansiedad (dicen que uno de los factores que puede influir en la depresión postparto es haber tenido antecedentes de depresión o ansiedad y, en aquella ocasión, estuve en tratamiento psicológico). ¡Fue la mejor decisión que tomé en ese momento! Las consultas presenciales o por teléfono con mi psicóloga me hicieron, poco a poco, quitar las nubes negras que me impedían ver el cielo azul que se posaba sobre mí cada día. Ella me hizo comprender que esto era algo pasajero, que el tiempo iba a ser mi mejor medicina, que una vez volviese a mi rutina anterior todo lo vería con otros ojos y que era una experiencia que, aunque a priori era negativa, me iba a ayudar en otros episodios futuros de mi vida. ¡Qué razón tenía! 

Todo se cumplió según me dijo: el paso del tiempo hizo que, poco a poco, yo fuese viendo a esa niña regordita, rubia y muy blanquita como parte de mí y de mi vida; en la familia todos recolocamos nuestros papeles y le hicimos un hueco a María y yo, a día de hoy y después de dos años de ese episodio, puedo decir que soy más fuerte. Toqué fondo, mordí el suelo, tragué polvo y, desde ahí, resurgí con más fuerza, más tesón y sintiéndome más empoderada. Hay vida después de la depresión postparto.

A los que me preguntan si tendría un tercero, les contestó entre risas: ¡imposible, el paquete de yogures es de cuatro!" 

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